Por Guido Colautti
Da la sensación de que la Finalissima contra España está a la vuelta de la esquina, como si siempre hubiese estado escrita. Aunque parezca mentira y aunque la mayoría de los hinchas albicelestes sueñen con ganar esa quinta copa del ciclo Scaloni, la absoluta verdad, tan absoluta como la gloria de este plantel, es que si se pierde, nada habrá pasado. Importarán los goles, las victorias y los trofeos en las vitrinas, pero la herida de ese posible resultado jamás llegará a ser profunda como para hacer sangrar la piel de acero que construyeron los gladiadores nacionales durante todos estos años. Porque el dolor fue el llanto desconsolado de nuestro capitán. Porque el dolor fue saber desde antes del pitido inicial contra Colombia que ese iba a ser el último partido de Fideo con su camiseta más amada. Y porque todo ese dolor fue aniquilado por un toro que embistió con toda su templanza la red rival y le dio a la selección Argentina su Copa América número dieciséis, pasando las quince de su eterno rival y vecino, Uruguay.
Lionel Messi salió a jugar el segundo tiempo con el tobillo hinchado, debiendo abandonar luego el campo de juego por no poder aguantar ni una pisada. Hinchados quedaron sus ojos de tanto llorar, pero aún más hinchado quedó su pecho cuando el árbitro dio por finalizado el encuentro y él pudo coronar, junto a sus compañeros, una victoria más. Un título más, una gloria más.
Podría yo estar escribiendo sobre estadísticas, números, minutos, cambios, estrategias y análisis. Pero no hay análisis que resista el orgullo que uno siente por ser Argentino, por haber nacido en este país y por ser hincha de esta selección.
Me da pena no haber podido ver a Maradona, Passarella, Di Stefano, Burruchaga, Fillol o Pumpido. Después se me pasa, porque me acuerdo que vi jugar a Simeone, Redondo, Batistuta, Crespo, Riquelme, Aimar, Saviola, Tévez, Mascherano, Abbondanzieri y Ortega. Y con ellos fui feliz en muchas ocasiones, pero siempre sufrí al final, cuando la celeste y blanca era derrotada y eliminada de algún torneo. Todavía estoy insultando a Svensson por el tiro libre que más me dolió en toda la vida.
Siento pena por Higüain y Agüero, que comparten haber sido dos de los delanteros más prodigios del país, con la mala suerte de no haber podido salir campeones. Después se me pasa, porque Ángel Di María y Lionel Messi sobrevivieron a esa camada y no los dejaron olvidados, porque aquellos que seguimos este equipo desde que tenemos memoria, sabemos que todo ese grupo tuvo que atravesar situaciones horribles antes de llegar a la aceptación general, algo que solo ellos, junto a Ota, lo lograron, porque el resto quedó en el camino. Pero ese camino le abrió paso a Lautaro Martínez y Julián Álvarez, dos de los mejores delanteros del mundo, y son nuestros. La araña que teje enormes jugadas y el toro enamorado de la copa.
Siento pena por el Ratón Ayala y por Gabriel Heinze, pero después se me pasa porque me acuerdo de Lisandro Martinez, Nico Otamendi y el Cuti Romero ¿Cómo no vas a estar tranquilo Dibu? ¿Cómo no vas a ser el mejor arquero del mundo? Y aunque siento pena por Chiquito Romero, siempre le voy a estar agradecido por haberme permitido ver la primera semifinal de mi vida con la selección. Igual después se me pasa, porque me acuerdo del Dibu Martinez, que nos dio siempre ese respiro necesario y que nos salvó con sus guantes dorados, dejándonos ver a todos una nueva Copa del Mundo, la tercera, esa que tanto queríamos ganar. El único problema va a ser reescribir la letra de la canción, porque ya quedó vieja.
Pido perdón, pero ahora la estadística no me importa. Porque solo puedo pensar en que otra vez Argentina salió campeón de América. Porque en mi mente ya se forjan las teorías de Alejandro Garnacho como posible futura promesa del país y como inevitablemente surgirán las comparaciones con Lamine Yamal, campeón con diecisiete años de la Eurocopa 2024 el mismo día, horas antes.
Porque hubo después de Maradona, después de Tévez, después de Agüero, después de Passarella, después de Fillol. Y porque ciertamente habrá después de Messi, pero todavía no estoy preparado para imaginarlo. Por ahora, no puedo dejar de pensar en la felicidad de Ángel Di María levantando su última copa con la selección, pero tampoco abandona mi mente la idea de que el próximo 5 de Septiembre, cuando la albiceleste atraviese los vestuarios y salga a la cancha para jugar contra Chile por las Eliminatorias, él ya no va a estar ahí. La camiseta número once quedará libre y alguien tendrá que usarla, pero eso no es algo en lo que quiera pensar en este momento. Otamendi despejará una pelota, Messi levantará la mirada con astucia e imperceptible, buscando como siempre a su eterno compañero. Pero él no estará ahí, porque otro jugador estará en su posición. En su posición, porque en su lugar imposible. Hoy estoy feliz, en gran medida, porque ellos tres también lo están. Y es todo lo que importa.