Por Malvina Ortega

Muchas veces me cuestiono si nacer en democracia encierra algo de suerte. Puedo trazar mis propias lecturas, puedo discutir. Puedo ir por el camino del periodismo sin miedo, porque no tengo dudas de que la verdad es el espíritu que me impulsa a dar el siguiente paso. Una suerte de compromiso con lo innegable que también es libertad.

En el documental Juan, como si nada hubiera sucedido de Carlos Echeverria encuentro el ejercicio de mi profesión a través de la pregunta , la investigación, la respuesta pura y dura. Ésta posible crónica audiovisual en blanco y negro está muy bien guionada por el historiador Osvaldo Bayer y es protagonizada por el periodista Esteban Buch. La trama utiliza como punto de partida un hecho del que nadie quería hablar: la desaparición forzada del estudiante de abogacía Juan Herman. El reportero toma la decisión de construir una respuesta. Para ello va tras los pasos de testimonios vivos, que en la narrativa fílmica parecen funcionar como actores de reparto. En un principio su intervención es funcional para que el imaginario de los espectadores logren componer la identidad de Juan. El escenario por dónde se mueve el personaje trata de compaginar la evidencia que recauda en dos ciudades: Bariloche y Buenos Aires. Establecida la tesis, comienza la exposición de los argumentos.

El 17 de julio de 1977 un grupo comando de fuerzas militares perpetró violentamente la casa de la familia Herman buscando a una persona que respondía al nombre de “Juan Carlos” y a pesar de las negativas, el nombre “Juan Marcos” les dió lo mismo. Lo emboscaron, después de eso sus padres no lo volvieron a ver nunca más. La última persona que está con Juan es su amigo de la infancia y compañero de departamento en Buenos Aires, en su declaración las palabras se llenan de miradas perdidas y silencios. Las huellas de la investigación llegan hasta el dueño del medio/diario local que hizo la cobertura del hecho, y tocan la puerta de un policía que formó parte de la inteligencia militar de Bariloche. Cada vestigio audiovisual se acopla con las imágenes de una ciudad que se desentiende de lo sucedido. Sin embargo, la mirada de Juan registraba en su territorio algo más que autos o paisajes bonitos. La pobreza, la falta de trabajo, el hambre, la precariedad están ahí. Esteban descubre esa lectura y se da cuenta que la visión encendía en Juan una lucha peligrosa para algunos sectores que pretendían ignorar las consecuencias de un capitalismo salvaje. Sin embargo, no todo termina ahí. La búsqueda de la verdad invita a traspasar los límites territoriales. La pesquisa lleva a Buch hasta la capital del país, tras los rastros de aquellos militares que ocupaban altos cargos políticos designados por el gobierno de facto. La secuencia de este viaje representa el fin de una primera parte. Echeverria elige a Mercedes Sosa y su canción Me gustan los estudiantes para abrazar el momento, porque el espectador no lo sabe pero en la capital porteña los testimonios son más duros.

Buch consigue el expediente sobre la desaparición de Juan y a partir de ese documento llega a la declaración de Miguel Angel D’Agostino. Él había estado secuestrado en el campo de concentración llamado El Atlético. Durante su captura identifica a un compañero de Bariloche llamado Juan Herman. La exposición detallada alcanza una aestesis de nudo en la garganta y ojos llenos de lágrimas. Sin embargo, también hay tiempo para llenarse de rabia. Especialmente cuando llega el momento del testimonio de Néstor Castelli. Un coronel que llegó a Río Negro en el año 1975 con el fin de hacerse cargo de la escuela militar y luego fué designado por el régimen de facto como Interventor de la provincia. Quien lo acompañaba en esos días, era otro coronel de apellido Zárraga. Este último, decide exponer off the record al ex interventor. Buch confronta los testimonios y logra que Castelli se desborde entre gritos, ninguneos y amenazas. El espectador se da cuenta que éste personaje sabe muy bien lo que pasó esa noche de 1977. En el medio de esta secuencia, se encuentra otro relato no menos importante, el del jefe del aeropuerto de Bariloche. El intercambio se vuelve tenso cuando Esteban interroga de forma incisiva sobre el avión que trasladó a Juan de Bariloche a Buenos Aires. Finalmente el periodista regresa a su ciudad. El compromiso con la verdad es una zona de resistencia en Buch y va en busca de las últimas revelaciones. Bajo una secuencia introducida con el discurso de Alfonsín llega la mirada decepcionada de Esteban que a través de una voz en off reflexiona: “La justicia no logró dar con ningún oficial que actuaba en mi provincia en 1977. Yo dí con todos ellos. ¿Qué me queda por decir? ¿Sentir la rabia de la impotencia? ¿No creer más en la justicia? Pienso ¿No es todo esto mal consejero de próximas violencias?”

Por último, la narración fílmica hace foco en Matilde, la mamá de Juan. La cámara registra un primer plano sobre las manos que a veces tejen y otras secan lágrimas que recorren su rostro. Frente a la timidez y la falta de habla, el periodista la invita a poner en palabras su alegato “mi esperanza es que Juan venga vivo” “eso es lo que espero todos los días”.

El documental de Carlos Echeverría es un documento fundamental para el ejercicio de la memoria. El final deja el sabor amargo de un momento histórico en donde la justicia se tropieza. La ley de obediencia debida y punto final le da la mano a los responsables de la desaparición de Juan Herman. Sin embargo el tiempo, 25 años después de haberse estrenado, puso a los genocidas presos y al documental como uno de los mejores films en nuestro país.