Por Malvina Ortega
La quinta edición del Festival Internacional de Cine de Entre Ríos dejó cifras positivas para el mercado audiovisual y para la cultura del país. Durante cuatro días consecutivos, Paraná le ofreció al público la posibilidad de enriquecer su mirada con la proyección en pantalla grande de cine nacional e internacional, de forma totalmente gratuita. Una clara demostración de un evento federal que se atrevió a explorar un territorio y fue abriendo un camino capaz de unir regiones a través del séptimo arte.
Cuando me encuentro frente a este tipo de eventos se me hincha el pecho de orgullo. La respuesta es simple y tiene que ver con el hartazgo sobre la escena porteña que deja fuera de encuadre al resto de las provincias del país. La verdadera e histórica grieta Argentina se resume en la diferencia que marca la ciudad de Buenos Aires versus «los del interior». Sin embargo la realidad es que existen provincias y pueblos que están vivos, en donde pasan cosas que merecen ser contadas y visibilizadas.
El desafío de la gestión cultural, a cargo de Francisca D’Agostino, fué organizar un festival con gran porcentaje de contenido audiovisual federal, que resultó inteligentemente novedoso. Las películas elegidas contenían una narrativa fílmica de un valor inigualable.
Una de las temáticas abordadas por el material audiovisual estuvo atravesada por los 40 años de democracia. El marco perfecto para traer a la pantalla grande películas como «Juan, cómo si nada hubiera sucedido», un documental del año 1987 dirigido por Carlos Echeverría con la participación en el guión de Osvaldo Bayer. El argumento gira en torno a la pregunta que se hace el periodista Esteban Buch y la determinación de llevar a cabo un trabajo de investigación sobre la única desaparición forzada ocurrida en 1976, en la ciudad de Bariloche.
La ficción también estuvo presente, «La terminal» de Gustavo Fontan fue una de mis elegidas porque el director plantea el ejercicio de unir la dicotomía del movimiento, a través de imágenes de colectivos que vienen y van en la terminal de ómnibus cordobesa de La Falda, con voces en off que cuentan historias sobre vínculos permanentes.
Cada uno de estos largos, eran introducidos por un cortometraje que acompañaba la función. Por ejemplo, el documental «Salidos de la Salamanca» de Josefina Zavalía Ábalos estuvo perfectamente amalgamado con el cortometraje «Pescantora» de Fabio Bonell. Ambas proyecciones comparten el tópico de la música como eje fundamental que pone en acción a los personajes dentro de su guión.
La riqueza del territorio argentino es inimaginable y necesita espacios para desarrollarse. El cine es uno de ellos. Porque representa una mirada de mundo que se archiva y se hace memoria. Así se construye la identidad individual y colectiva. Creando una suerte de resistencia necesaria para enfrentar gestiones políticas que prometen arrasar con todos estos espacios si ganan en las urnas.