Por Malvina Ortega

Cuando miré la programación de las películas exhibidas el día viernes en el FICER, la primera que marqué con la mirada fue Afire de Christian Petzold. Ocupaba el último lugar de la lista y era la proyección que cerraba la jornada. A pesar del agotamiento físico, deseaba enormemente con todas mis fuerzas ver en la pantalla grande alguna producción del cineasta alemán. Entonces salí de la sala que proyectaba La terminal de Gustavo Fontán y decidí ir a retirar mi entrada. Pero para sorpresa de todos, los tickets se habían agotado hacía poco más de dos horas. No estaba dispuesta a ceder ante la mala suerte y me dirigí apurada a la Vieja Usina, espacio en la qué se iba a proyectar. A pesar de que faltaban unos cuantos minutos, había planeado atrincherarme en algún rincón para garronear un asiento en donde sea. Mi ingenuidad ridícula me hizo pensar que solo a mí se me había ocurrido esa genialidad. Pero abrí la puerta y me encontré con otres, en la misma. El momento de la función había llegado y la insólita situación empezó a rozar el desborde. Uno de los organizadores tuvo que aparecer a poner paños fríos sobre la queja y el amontonamiento de la gente que reclamaba por una butaca. Refugiada en mi privilegiado rincón, me vi tentada a tomar registro con la cámara del celular y subirlo a redes. En el boca a boca se cuchicheaban supuestos que explicaban el desmadre: aparentemente las doscientas entradas habían volado por el estreno del cortometraje en competencia de la entrerriana Sara Van Dembrouke. Luego entendimos que no fue así, porque terminado el corto, muy pocos abandonaron su lugar. Ojalá Petzold algún día se entere de las pasiones que provoca su cine.

 

Algunas impresiones sobre Cielo Rojo de Cristian Petzold

Me parece importante destacar que la diégesis en cada una de las películas de Petzold posee fuertes elementos comparables con el romanticismo alemán de fines del siglo XVIII. La sustancia de su filmografía se compone de un fuerte protagonismo de los elementos de la naturaleza (cómo lo hizo en Undine), por un lado, y de una necesidad constante de trabajar la memoria junto al sentimiento de pertenencia (cómo lo hizo en Phoenix).

Roter Himmel o Cielo Rojo, según su director, acompaña a una trilogía de películas basadas en los elementos de la naturaleza. En principio la historia nos muestra a dos amigos, León y Félix, en búsqueda de un espacio tranquilo que les dé el tiempo suficiente para terminar con sus obligaciones: León es escritor, necesita ponerle un punto final a su nueva novela, y Félix precisa inspiración para realizar el portafolio que representa la puerta de entrada a la escuela de arte. Durante la primera secuencia del film el director muestra el territorio que elige para el desarrollo: el bosque aparece como un refugio perfecto. La canción In my mind de Wallners acompaña el movimiento de un auto que introduce a los protagonistas en el espacio. Sin embargo, rápidamente el diálogo de Félix interrumpe esa sensación armónica diciendo que “algo está mal, no sé qué pero algo no está bien”. León por su parte parece darle poca importancia y sube el volumen de la música. De esta forma el director anticipa la trama de la historia que quiere contarnos. Porque esa espesura esconde una fatalidad inherente a su índole salvaje.

Los personajes son fundamentales para matizar el guión. Félix parece ser un sujeto trabajado desde la flexibilidad. Sabe cómo ceder y se da cuenta que al abrirse consigue una versión de sí mismo más completa y acabada. Sin embargo, el protagonista principal es León. Su figura ensimismada se aísla en sus conjeturas. Tiene miedo a implicarse de forma íntima con el entorno, hay una vulnerabilidad en el sujeto que esculpe una caparazón caprichosa. Y en las secuencias que el actor pretende bajar la guardia, Petzold utiliza cortes bruscos (jump cut) para que el espectador no tenga tiempo de amigarse con esa sensibilidad amable. Por ejemplo, cuando revisa el cuarto de su desconocida compañera, cuando se queda dormido en la playa o cuando está confesando sus sentimientos. Por suerte, aparece Nadja, el personaje compuesto por Paula Beer que con su frescura poco a poco va tallando la personalidad de León para dejarlo al descubierto.

Sin embargo, hay un catalizador silencioso de la trama. El fuego, es un elemento que aparece descontrolado. La metáfora de la catástrofe por momentos se construye como una zona de conflicto. Petzold se arriesga y cohesiona el pasado con el presente. La memoria de la guerra y el holocausto surgen como fantasmas, en las secuencias más tristes y horribles que muestran el incendio. Los ruidos amenazantes de los aviones en el cielo, un camión que recorre las calles con un altavoz advirtiendo el peligro del fuego descontrolado, la sirena de una ambulancia, las bocinas de los camiones de bomberos, los cerdos que aparecen corriendo con su cuerpo en llamas. Si bien el fuego funciona como un agente de cambio dentro de la narración fílmica, desliza sutilmente cuestionamientos que se acercan al espíritu de películas como El fuego inextinguible de su colaborador y par Harum Farocki.

Es difícil ponerle un rótulo genérico a Roter Himmel. De momento es comedia, otras veces es drama. Las historias de los personajes condensan el amor, la soledad y la fatalidad. En el cine de Cristian Petzold hay un sabor a destino en construcción. Por eso me gusta. Me levanto de la butaca llena de interrogantes que hablan de la urgencia de un tiempo presente con memoria de pasado. ¿Será que hay lugar para imaginar un futuro optimista? Mientras tanto mi retina almacena los hermosos fotogramas, suficiente para irme a descansar con una sonrisa en el rostro.