Por Virginia Rocchetti

 

El director ruso, Vasiliy Rovenskiy, lanzó su nueva película de animación y se estrenó en los cines de Rosario el 7 de septiembre. Guardianes del museo es un film que espera captar la atención de los niños y vaya que lo logra. Pero esta vez y a diferencia notable de las animaciones a las que nos tiene acostumbrado Disney o Pixar, en este caso, parece ser que los rusos son un poco más rígidos y de gustos muy distintos a los occidentales.

Con pororó en mano nos acomodamos en las butacas del cine esperando ver una película con música agradable y, aunque sin esperar grandes interpretaciones, uno pretende de mínima terminar el balde de palomitas y largar una cuantas carcajadas. Bueno, muy lejos de eso. Nunca pudimos terminarlo porque de principio a fin (casi fin porque nos retiramos de la sala antes de tiempo) los protagonistas no pararon de sufrir tragedias. Si bien estamos acostumbrados a un Disney en el que siempre alguno muere o sufre grandes traumas que luego de desafíos enfrenta valientemente y todos terminan felices y contentos, esta vez, las imágenes fueron duras. Un gato que naufraga y termina en una isla perdida. Allí encuentra un perro salvaje que pretende comerlo y que inmediatamente a los 15 minutos de comenzada la película, vuelven a naufragar dentro de un piano viejo. Terminan en un museo con otros gatos que quieren comerse al ratón que acompaña al protagonista también felino. Todo muy raro. Sin embargo, lo más extraño es que pretende ser una película para niños pequeños y la banda sonora se caracteriza por un sinfín de instrumentos de orquesta de los años ´40 (con suerte). Una Unión Soviética interpretando música ambiental para una película de terror o suspenso, no apta para infantes. 

Las imágenes lentas y con extraños cortes entre toma y toma, no invitaban a amigarse con los personajes, los cuales, en ningún momento llegaron a generar empatía con los pequeños espectadores.

Nos faltó el final. Quizás algún día le demos una nueva chance al cine infantil ruso. Por el momento, nos quedamos con los traumas de Disney y las “enseñanzas de vida” de Pixar.