Por Virginia Rocchetti

 

¿Viste cuando querés llenar una hoja de palabras y no te sale ninguna? Es como cuando querés llorar y no te salen las lagrimas. Así de sorpresivo fue el domingo de elecciones nacionales. Un gran cachetazo para toda la dirigencia política.
Si bien una elección de tercios era factible dado el clima social, nunca nadie predijo una victoria del candidato más polémico de los últimos tiempos en nuestro país.

A pesar de los dichos de privatización de la educación, venta de órganos y recortes en los gastos del Estado, inclusive la salud y la inversión pública, los argentinos votaron con la bronca. Una deuda eterna, un bolsillo ajustado y una inflación en aumento fueron las razones fundamentales del enojo, sumado a la desvalorización que ha tenido la política en los últimos años.

Casi un 70% de los argentinos votaron pensando en que “se vayan todos”. El desgaste, el desinterés y la necesidad de estabilidad primaron sobre cualquier alternativa de candidatos. En este caso, Javier MIlei cumplió con las predicciones de consultoras políticas y hasta de la propia Cristina Fernández acerca de la sorpresa de las PASO. El tan nombrado escenario de tercios pasó a ser realidad y ahora el oficialismo y el Pro deberán tirar la casa por la ventana para poder recolectar los votos que les faltan e intentar llegar a un ballotage.

Lo icónico no es lo que Milei representa en lo discursivo y en lo real, sino que gran parte de los electores atravesaron generaciones. No sólo los más jóvenes votaron al candidato libertario sino un alto porcentaje de adultos mayores y sectores de edad media. Padres, hijos y abuelos lo eligieron. Ahora bien: ¿por qué?.

El análisis puede ser muy complejo. Desde el clima social y el descontento a la clase política en general, hasta la comparación casi insistente en los medios de comunicación con el miedo del 2001. Una economía inflacionaria y un gobierno nacional que se llenó de silencios. Sumado a una oposición que intentó hacer de la grieta un juego político y salió mal y una alternativa emergente que prometió limpiar todo y nadie la vio venir.

Javier Milei representa los valores más conservadores que existen. Con un discurso que promete libertades, pretende pasar por alto leyes promulgadas, políticas públicas de gratuidad en educación y salud y busca instalar en la esfera del debate, la posibilidad cierta de las Fuerzas Armadas como ícono de patria, protección y necesidad.

Cuando un joven de 16 años vota pensando en que va a conseguir educación gratis para su futuro, se equivoca. Pero el mayor error es creer que el equipo de trabajo del candidato más votado va a luchar por la amplitud de derechos. No puede haber más libertad jurídica en un posible gobierno que levanta las banderas de recortes ya que sin educación, salud y trabajo, no hay progreso y por lo tanto, no hay libertad de elección. No existe libertad posible en la restricción de las conquistas porque volver hacia atrás significa conservadurismo y con esto llega el recorte.

Entonces lo que queda para Sergio Massa y Patricia Bullrich es conquistar a los electores que con enojo votaron a Milei y no pretenden hacer lo mismo en las generales de octubre y además, convocar al 30% de la población que no fue a votar. La candidata del Pro tiene el camino más fácil porque no es Ministra de Economía y su discurso busca distanciarse del progresismo (algo que últimamente no convence al bolsillo endeudado y coquetea con algún votante de Libertad Avanza). Por su parte, Massa deberá acordar con todos los intendentes y gobernadores y aún así, no tiene la garantía del traspaso de votos. A su vez, tendrá que sostener una economía durante los meses que quedan e intentar llenar los platos de comida en las mesas de los argentinos.

Todo está por verse. Quedan muchas cartas por jugar y en la agilidad, destreza y cintura política de los candidatos estará la victoria.