Por Malvina Ortega
El sábado 20 de mayo se presentó en el teatro “La Comedia”, la última función del décimo espectáculo de Circo Lumiere: Universonoro una comedia circense.
La compañía independiente de circo rosarina, integrada por Glenda De Carlo, Irene Ortin, Leonardo “vampi” Carmona, Leonel Borraccetti y Nahuel Pisani, fueron los encargados de ponerle el cuerpo y alma a la obra bajo la dirección de Tato Villanueva.
El Circo Lumiere
Es una agrupación independiente de circo que se nutre con la participación de artistas nacionales y latinoamericanos. Desde el año 2010 lleva creando un espectáculo matizado con acrobacias, malabares, música y humor. Su raíz está en el circo callejero y su intención es llegar a un público lo más amplio y diverso posible, creando un producto propio capaz de amoldarse a cualquier espacio: se presentan en lugares tradicionales como un teatro y en otros menos convencionales como ferias, calles o cárceles.
Una historia contada a través de música y malabares
El universo del circo atraviesa la infancia de generaciones. Ese mundo que se fragua dentro de una carpa de colores es emocionante. El desafío de llevar un poco del circo al escenario fue superado. La entrada paqueta del teatro se llenó de familias con niños impacientes y expectantes que corrían por todas partes, el candy shop estaba abarrotado de padres intercambiando billetes por golosinas. A medida que cada uno fue ocupando su lugar, la sala terminó llenándose. El show comienza. Las luces se apagan. Sólo se oyen vocecitas murmurando.
Se levanta el telón, se ilumina el escenario y aparece el personaje de Glenda De Carlo, que rompe el hielo en la sala generando las primeras risas. A partir de este momento inicial, cada uno de los personajes hacen su entrada individual: Leonel Borraccetti con su juego de carcajadas, Irene Ortin como “la directora general” del proyecto, Vampi Carmona con un monociclo de dos asientos y, por último, desde el público aparece el rockstar Nahuel Pisani.
Los cinco personajes muestran sus habilidades coreográficas, musicales y malabares. El público los recibe con risotadas y aplausos. A medida que transcurre la aventura en el escenario, comienza a asomarse el verdadero protagonista: Frank, un gigantesco instrumento musical. Ésta especie de órgano que funciona a través de la percusión, parece estar hecho con tubos de PVC y sogas. El artefacto es digno de un luthier y se ejecuta con unas paletas hechas de madera.
El proyecto Frank se pone en marcha con el estribillo de la canción “Seven Nation Army”. El auditorio acompaña la elección musical con palmas, al ritmo de la famosa canción dosmilera de The White Stripes. De repente, la propuesta cambia y se escuchan los acordes de una cumbia villera. El descontrol se apodera del escenario. La música que sale del artefacto, da un salto cuántico: suena una melodía que me trae a la cabeza una canción de Sumo. Finalmente, Frank nos recuerda que hace un poco más de cinco meses somos el país que ganó el mundial de fútbol, y corona el repertorio con una estrofa del himno nacional. La puesta en escena desdibuja sus límites y logra algo más que una simple obra de teatro: la fusión con el auditorio.
Se baja el telón.
Universonoro cumple su objetivo, los espectadores se retiran del teatro con mucho más que las sonrisas en sus rostros. Se van con los ojos llenos de malabares increíbles y con la magia de la música en sus oídos.