Por Camila Tapia
Las ciudades verdes inciden de manera importante para el cambio de paradigma que nos plantea cómo deben repensarse las ciudades para vivir mejor y tener mayor consciencia ambiental.
Vivimos en la Tierra como si tuviéramos tiempo prestado. A medida que pasan los años, el avance del cambio climático se hace cada vez más evidente, provocando enfermedades, problemas económicos, desplazamiento de poblaciones urbanas, pérdida de espacios verdes vitales y la desaparición de ecosistemas irreemplazables. No estamos ciegos, estamos atentos y observamos la pérdida de espacios verdes que se da en nuestro país y debemos entender por qué es tan fundamental frenarla.
Han pasado siete años y seis meses, desde la firma del Acuerdo de París firmado el 12 de diciembre de 2015. Por aquel entonces, en la COP21, ciento noventa y seis países se comprometieron a reducir sus emisiones y colaborar juntos para adaptarse a los impactos del calentamiento global, cumpliendo con el tiempo establecido. Este ha sido un paso importante en la lucha contra el cambio climático y una responsabilidad a largo plazo para las naciones. Después de todo, este es el mundo en el que vivimos y al cual le debemos, dejándonos de enfocar tanto en Marte y asumir más responsabilidades por el planeta Tierra.
Festejos tras el Acuerdo de Paris en la COP21 – Naciones Unidas –
Durante gran parte del siglo veinte, las ciudades y sus infraestructuras mantuvieron un diseño centralizado en los automóviles. Sin embargo, en muchos lugares del mundo se pensó tiempo después, otra forma más sustentable a la hora de urbanizar. Por ejemplo, ciudades como: Ámsterdam (Países Bajos), Copenhague (Dinamarca), Singapur (Singapur), han logrado una forma de vida más amigable con el medioambiente; fruto de decisiones políticas fehacientes y el compromiso de responsabilidad con el planeta, la mejora de la calidad de vida y salud de sus habitantes.
Ideas como la del urbanista Carlos Moreno, que plantea ciudades de 15 minutos donde se les da prioridad a las bicicletas, el transporte colectivo y vehículos ecológicos, reduciendo así la contaminación. También, haciendo que la cercanía de servicios ahorre tiempo de vida a los ciudadanos y se creen ciudades con más espacios para los árboles y vegetación.
Este cambio de paradigma genera un replanteamiento de los bienes y espacios comunes, permitiendo la aceptación de otro tipo de vida urbana donde el espacio público y privado tengan un mayor equilibrio. Se trata de crear un nuevo urbanismo basado en el tiempo, con un equilibrio ecológico, económico y social. Esto es vital ya que en las ciudades se concentran las personas y también el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero, que son los responsables del cambio climático.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) debe haber un espacio verde que mida al menos 0,5 hectáreas a una distancia en línea recta de no más de 300 metros de cada domicilio. Aunque la distribución de estos espacios en Argentina llama mucho la atención por la segmentación que prevalece en las zonas más “caras” o donde se concentran los barrios de mayor nivel socioeconómico. Un estudio de la Facultad de Agronomía de Buenos Aires (FUBA) encontró diferencias de 23 °C entre el norte y el sur de Buenos Aires, y esto se debe a la diferencia de vegetación de cada zona, siendo las zonas residenciales más exclusivas, las más beneficiadas en la distribución de los espacios. La creación de estos espacios verdes atenúa la sensación térmica y el asfalto durante las olas de calor quema en cualquiera de las zonas en donde nos encontremos.
En Rosario, también sucede lo mismo: la distribución de los espacios cada vez está más sectorizada. La poda indiscriminada de algunas especies de árboles es reportada por los vecinos frecuentemente. Se ceden espacios que son patrimonios de conservación, como en el caso de la construcción de McDonald’s en el Hipódromo. Se crean parques o plazas cerca de donde se concentra el mayor nivel socioeconómico. La construcción por ejemplo de Puerto Norte convierte sus parques y plazas en un centro de consumo en lugar de un lugar de preservación de estos espacios. Y ni hablar de la protección de los humedales, que todavía no hay una ley que los proteja eficientemente, a pesar del gran descontento de los vecinos y de la población.
Vistas de Puerto Norte – Rosario –
Aunque algunas empresas y servicios han intentado ir por un camino más “verde”, mientras acentúan esta diferenciación de poder adquisitivo, favoreciendo con estos proyectos a los lugares donde se encuentran las zonas de mayor estatus económico, dejando de lado a los barrios o zonas residenciales más carenciadas. Estos intentos parecieran ser solo un “greenwashing” por parte de las marcas o negocios que no tienen mucho interés en la incorporación de estos espacios, sino en la propia ganancia.
No hay ninguna ética en cuanto a la preservación y cuidado de los mismos, cuando estos solo se utilizan para aumentar el consumo y no para mejorar la calidad de vida del ciudadano. Mientras se sigan cediendo terrenos con este tipo de objetivos, cualquier intento de incidir en el cambio climático, se ve cada vez más imposible y estaremos más lejos de alcanzar los objetivos planteados sobre sostenibilidad, reducción de CO2 para el año 2030 o cualquiera de las medidas acordadas en el contexto del Acuerdo de Paris.