Por Virginia Rocchetti
Dolarizar la economía argentina no significa comenzar a operar nuestra vida cotidiana con billetes verdes. Implica grandes cambios que, en líneas generales son muy devastadores para el bolsillo de los argentinos y la producción nacional.
El dólar se asumiría como unidad de cuenta, medios de pago y reserva de valor. La máquina de «hacer billetes» estaría en Washington y la decisión de la cantidad de emisión de ellos también. Con lo cual, Argentina perdería el poder político, la autonomía en la emisión de divisas y la independencia en la política monetaria del país.
Si bien en la actualidad, la mayor parte de las transacciones se piensan desde la moneda estadounidense, como comprar una vivienda, un automóvil o bien, los alimentos, el mayor perjuicio se lo lleva el ciudadano de pie. No es lo mismo actualizar los costos de los bienes o servicios en base a una especulación financiera (que está mal, por supuesto) que tener como medio de cambio, una moneda extranjera.
Por un lado, la economía nacional pendularía según los cambios externos, esto es, según las decisiones directas de Estados Unidos y su sistema monetario y financiero.
Por otro, con la unificación cambiaria la inflación se detiene pero la producción nacional también lo hace y por lo tanto, la sostenibilidad del empleo. Como consecuencia, el consumo se desploma y el Banco Central (con pérdida de funciones) debería correr a buscar dólares para sustentar el proceso.
La pérdida de empleo y la competencia por lo que queda de los puestos de trabajo, genera sin dudas un incremento de la brecha en la población argentina. Los que acceden al mercado de trabajo son pocos y las calificaciones comienzan a hacerse más exigentes. Competir adentro y afuera se torna cada vez más difícil para cualquier ciudadano.
Ecuador fue el ejemplo tomado por muchos analistas cercanos al liberalismo. Sin embargo, la economía de los vecinos no es lo que se espera después de veintitrés años de dolarización. Si bien el salario en dólares es uno de los más altos en promedio de América Latina, la brecha económica entre ricos y pobres es aún muy grande.
En síntesis, la inflación podría incluso desaparecer en nuestro país, pero a costa del sacrificio de más de la mitad de la población nacional. La dolarización no es la salida, sino el control del Estado a los grandes formadores de precios que especulan diariamente y enriquecen sus bolsillos a costa del resto de los argentinos. Definitivamente no es la solución a nuestros problemas, sino una respuesta a corto plazo que genera el explosivo necesario para que dentro de unos años, termine de explotar todo.
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