Diego y Miguel nunca se cruzaron, solo los unió la simpleza de un elemento. Una microhistoria que forma parte de una historia más grande: el mundial de México ´86.
Por Malvina Ortega
El pensamiento mágico acompaña al comportamiento humano desde tiempos prehistóricos. Nadie, al menos nadie al que yo conozca, puede escapar a la experiencia inexplicable que provoca un efecto maravilloso. La fe es lo único que nos sostiene cuando las situaciones parecen imposibles de resolver. La magia siempre se manifiesta como el recurso capaz de generar la chispa que enciende cualquier superstición.
¡Qué tire la primera piedra el qué alguna vez no cruzó los dedos para qué su equipo de fútbol favorito convirtiera un penal en gol! El empacho, el mal de ojos, los cuernitos, el horóscopo del diario, el martes 13, en fin. Fabricamos un montón de recursos poderosos sin explicación científica para enfrentarnos a la vida.
Esta es una de esas historias que tiene mucho de lo que no se puede explicar. Comienza en 1986, año del tigre de fuego en astrología china, año en el que se pudo ver pasar por el cielo al cometa Halley, año de un nuevo mundial de fútbol; año en el que el destino de Miguel Nicolazzi y Diego Armando Maradona se cruzaron.
Ellos nunca pudieron conocerse personalmente, los unió un objeto: una pulsera. Diego había elegido una reliquia para empoderar la mano de Dios que lo va a acompañar en toda la hazaña deportiva del ´86. Los registros fotográficos son la evidencia: podemos ver la pulsera cuando él levanta la copa del mundo o cuando hace el mítico gol a Inglaterra.
Miguel es el artesano que con sus manos le dió forma a la cábala maradoniana menos pensada. Nació en Chañar Ladeado, pueblo en donde vive actualmente y en donde elige hacer una vida simple y sencilla. “ En mí vida yo hice de todo, porque Géminis es así. Yo soy de Géminis, ¿vos de qué signo sos?” me pregunta. Y yo con una sonrisa le contesto que también soy de ese signo. Prepara un mate cocido para los dos y comienza la charla:
-Contame como se te ocurrió ir a Europa
Mirá, después de estudiar tres carreras distintas, no encontré la punta del hilo. Con milicos, con represión, con inflación, con el desastre que fue siempre la Argentina. En un momento dado, estaban los plazos fijos, vos ponías plata a quince días, un mes, dos meses y se te duplicaba. Y yo en el término de seis meses logré juntar cinco mil dólares. Ahí partí. Lo único que necesitaba era plata.
-Y un poco de coraje también…
Claro. Yo pensaba que iba y volvía, pero me fui con pasaje de ida nada mas. Primero fue Brasil, después África, Portugal, España, Francia e Italia. La idea era llegar a Grecia. (Risas) ¡Pero nunca llegué!
Miguel me cuenta que en los años ochenta vivir como artesano en el viejo continente era fácil porque podías mantenerte con lo que ganabas. Cuando comenzó a hacer artesanías, cobraba un dólar y medio por cada pieza y pasar la noche en una pensión le costaba uno. Mientras estaba en Barcelona una serie de eventos imprevistos y un uruguayo lo llevan a Suiza. Luego de vivir un año ahí, decidió emprender rumbo a Italia, hasta que en en 1986 llegó a Nápoles.
-En Italia, ¿Cuánto tiempo estuviste?
En Italia estuve desde el año ´81 al año ´94, trece años. Estuve mucho tiempo. Porque Italia es como el pueblo: tenés a la plaza frente a la iglesia, todo era tan igual a Chañar que me sentí en mi salsa. Y ahí, por necesidad, por la visa, porque no tenía nacionalidad italiana; empecé a hacer artesanías. Compré una pinza chiquita, alambre y fabriqué aritos, A la gente le llamaba la atención pero realmente hacía porquerías.
-(Risas)
¡Si, realmente eran porquerías porque los aritos lastimaban! Pero tenía mucho éxito y la gente se arrimaba. Y resulta que un tipo que estaba al lado, que era un artista, él sí hacía pulseras artesanales, se acercó y me dijo: ¿Y vos con esto? ¿Y por qué la gente te sigue? ¿Por qué no haces pulseritas como hago yo? Y bueno, ahí empezó la historia de las pulseritas.

La persona que le enseña el oficio a Miguel era un sardo. A partir de un cuero, que después de comprarlo lo cortaba en tiras y lo pintaba en óleo, fabricaba los brazaletes. Para decorarlos se inspiraba en el cielo, las estrellas y los planetas. Un trabajo minucioso, una pequeña obra de arte que le dejaba buen dinero: “vendía treinta pulseras en el día y me hacía cien dólares, así como magia”. Pero también le dejó serios problemas en sus manos. Llegó a vender miles, atendía a tantos clientes que no tenía tiempo de registrar quienes eran. Un día se acercó una mujer rubia que provocó mucho revuelo, era Claudia Villafañe de Maradona. Miguel estaba vendiendo su producción en Nápoles. Desde 1984 esa ciudad era la residencia de la familia Maradona, después de que Diego abandonara al Barcelona y firmara contrato con el S.S.C. Napoli.
-¿Tuviste un solo contacto con Claudia? Te compro las pulseras, y después ¿la volviste a ver?
Te cuento, ese día ella se acercó porque le llamó la atención lo que hacía. Quería todas las pulseras. Yo no sabía ni quién era, hasta que veo que se amontona gente y me doy cuenta que algo pasaba. Pero ¿Sabés por qué no lo noté? porque para hacer la pulsera hay que tomar medidas de la muñeca de la mano de la persona, doblar un alambrecito con la pinza para hacerle el gancho, ponerle la pulsera, cobrarla, ¿Cómo lo hacés? Te convertís en una máquina. Hasta que alguien se me acerca y me dice: pero ¿Vos sabés quién es esta que te compró? ¡Es Claudia, la mujer de Maradona!. Ahí reaccioné. Después que me pagó, me tiró muy buena onda y hasta me dió un número de teléfono para que me contacte con unas personas y pueda vender las pulseras al por mayor en Roma. Pero a mí no me hacía falta, yo sabía que a las pulseras las vendía igual.
Miguel me cuenta que siempre se dejó llevar por su intuición, nada de lo que le sucedió en su vida estuvo premeditado, solo fue obra del destino, de un momento. Después de ese encuentro, y del dinero que logró recaudar, siguió su camino por el mundo y se fue a la isla de Ischia, también pudo conocer India y Tailandia.
En el año 2022, otro año mundialista, momento en que buscábamos todas las coincidencias posibles con la copa del mundo del ´86, el periodista argentino Eddie Fitte rescató esta historia de la mano del testimonio de Claudia Villafañe y Miguel Nicolazzi. La publicó en una nota para El Diario Ar, titulada: “El secreto de Dios: la cábala secreta de Diego Maradona en México ´86”. Claudia relata que no recuerda bien ni el cómo, ni el quién pero si recuerda las pulseras y dónde están guardadas.
-En ese momento, en el ’86 ¿Vos estabas al tanto de los partidos y de la actuación de la selección Argentina en el mundial? ¿Sabías del mito que construyó esa pulsera en la mano de Maradona?
¡No, no! Yo no tenía ni tiempo. Aparte, estamos hablando de los ´80. Imaginate, yo residía en una pensión y durante el mundial vivía en una isla perdida en el Mediterráneo. ¡Qué iba a saber yo!
Pero quizás hay algo de tu magia en lo que sucedió. Muchas veces iluminamos a la gente sin darnos cuenta. ¿Crees que ocurrió algo así con la pulsera?
¡Si! ¡Totalmente! Porque para mí lo mágico y la luz es algo que damos de forma natural. Somos luz. No somos un diamante en bruto. Somos un diamante.