Por Virginia Rocchetti

 

A días de la final de uno de los realities más vistos de América Latina a lo largo de la historia de la televisión, se desató una tormenta que, en vez de oscurecer, aclaró los vínculos entre las mafias del tráfico de personas y el poder de estas a través de las fronteras.

 

Marcelo Corazza fue el gran ganador de la primera edición de Gran Hermano en un 2001 convulsionado por las protestas políticas y sociales en Argentina. Con rostro de buena persona y elegido por el público por su calidez humana y sencillez, venció a su antítesis, Tamara Paganini, una mujer “vulgar” y “locamente enroscada”. 

 

Sin embargo, lo que parecía un ejemplo de persona dentro de una sociedad autodestruida y en ruinas, se convirtió en una incógnita. Su arresto en el día de ayer por supuesta responsabilidad en una red de trata de personas, y peor aún, menores de edad, catapultó las bases de la moral argentina y puso al descubierto las contradicciones y estigmas sociales frente a lo considerado “bueno” o “malo” en un reality y en la vida real.

 

El productor de Telefé es acusado de reclutar menores y mayores de edad en situación de vulnerabilidad económica y social para someterlos a la explotación sexual sin su consentimiento. La causa, además involucra a más personas en la red de trata y explotación sexual y tiene su mayor desarrollo en el área metropolitana de Buenos Aires y en el norte del país. 

 

Aunque la justicia debe encargarse de comprobar el delito de los acusados, la detención de Corazza puso al descubierto la trascendencia de fronteras y la permeabilidad que existe entre los países. América Latina se encuentra cada vez más sumergida en la vulnerabilidad y en situaciones muy complejas. La trata y el narcotráfico van de la mano y lo cierto es que ningún país está exento de estos delitos.

 

Las políticas económicas de los últimos años agravaron enormemente la pobreza y la región se encuentra cada vez más accesible a estos hechos. La producción de estupefacientes se localizaba en algunas áreas calientes de Latinoamérica. Sin embargo, en la actualidad no existe frontera para la producción, exportación y fundamentalmente consumo de drogas. 

 

La economía no acompaña pero las decisiones de las potencias mundiales aún menos. Son responsables directamente de empobrecer la región y convertirla en la cocina mundial de narcóticos y esto conlleva a que las poblaciones juveniles consuman cada vez más lo que queda en la olla. Además, la vulnerabilidad en la que queda la niñez y la juventud por la falta de acompañamiento del Estado, los vuelve completamente accesibles a estos personajes que trascienden fronteras y límites morales.