Por Virginia Rocchetti

 

Ayer, Rosario marchó y miles de mujeres, niñas, travestis, trans y el colectivo LGBTTIQ+ se convocaron en el Monumento a la Bandera para exigir igualdad de derechos y oportunidades al grito de “Vives, libres y desendeudades nos queremos!”.

Los ejes de la convocatoria fueron la igualdad laboral, justicia plena y feminista para evitar más femicidios y transfemicidios, memoria para las que mataron, libertad para nuestro cuerpo, fin de la precarización laboral y salarial y libertad para transitar por la calle sin miedo al acoso, entre tantas exigencias.

 

Hace 115 años, los dueños de la fábrica estadounidense Cotton Textile decidieron cerrar las puertas del establecimiento, encerrando a más de un centenar de mujeres y niñas trabajadoras que reclamaban por sus derechos laborales. Un incendio las llevó directo a la muerte y dejando al 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Por este motivo, no es un “felíz día” para nosotras, sino un día de memoria, lucha y reivindicaciones.

 

Hoy, tantos años después y en un 2023 que no baja los índices de femicidios mundiales, marchamos hacia distintos puntos neurálgicos de nuestras ciudades para hacernos escuchar. Como cada año levantamos las banderas de las que ya no están y visibilizamos la lucha pero una vez que transcurre el día, seguimos leyendo discursos de odio y mensajes poco chistosos de personas que aún no entendieron que tienen hijos y nietos que van a vivir en un mundo más injusto y más doloroso si no resetean el CPU.

 

¿Cómo combatir ese odio hacia las luchas de género si durante miles de años nos inculcaron que existe una diferencia sustancial y “natural” entre hombres y mujeres?. Nos dijeron que esa diferencia se basa no sólo en una cuestión física (quién tiene más músculos o quién puede parir) sino también, en una cuestión “intelectual”. Pareciera ser que el intelecto femenino es acotado y poco versátil.

 

Aquellos que aún hoy se jactan, se ríen e ironizan sobre las marchas del 8M, son parte de un mundo patriarcal e insensato que desean seguir sosteniendo. Entonces me pregunto: ¿Quién tiene el intelecto más acotado? No vamos a generalizar en el género masculino, sino en un sector que pretende un statu quo por miedo, por comodidad y por vergüenza. Nos asesinaron, nos violaron, nos acosaron, nos torturaron, nos discriminaron y pretenden seguir haciéndolo. Pero no ven que pueden asesinar, violar o discriminar a un familiar querido por razones que son completamente injustas y desquiciadas. 

 

Ese discurso del odio se intensifica cuando nos hacemos escuchar en la calle, pero fundamentalmente cuando hacemos las luchas domésticas. Esas que no se ven pero que reclaman igualdad en la crianza y en las tareas domésticas. Ahí es en donde se ve cotidianamente el repudio de un sector de personas que nos quieren distanciar y dividir.

 

La marcha del 8M a nivel mundial no es una marcha de odio. Sépanlo. Es una marcha que busca evidenciar y visibilizar la desigualdad mundial que existe entre los géneros y que estamos cansadas (pero no rendidas) de luchar diariamente y en forma de hormigas para cambiar la realidad. 

No buscamos rivalidad, buscamos justicia e igualdad. Las mujeres, los trans, las minorías de género queremos los mismos derechos, la misma posibilidad de acceso al mundo laboral y exigimos al Estado (en todas sus expresiones) que nos brinde esas posibilidades, que sin la obligatoriedad en su cumplimiento no van a existir. Queremos que el Estado acompañe las luchas de género porque esta ola es inevitable. Tarde o temprano, vamos a conseguir sin violencia que nos miren y escuchen como pares, pero de forma real, no discursivamente.