Por Ariel Ayala
La cuadriga en tiempos del Imperio romano, era un tipo de carro tirado por cuatro caballos en línea. Este vehículo era utilizado por los generales cuando entraban triunfantes en las ciudades. Y en el 2019 después de conseguir por voto popular la presidencia argentina, Alberto Fernández ingresaba victorioso a la Casa Rosada. Acompañado por cuatro bastiones fundamentales, Cristina Fernández cómo el caballo más fuerte y que lidera, movimientos obreros y sindicales, organizaciones de izquierda o populares y pequeños y medianos empresarios que sufrieron el liberalismo Macrista.
Comenzando con su vicepresidenta quien hace tiempo tomó otro rumbo desapegándose del camino y encarando otros senderos, distintos a los que el líder indicaba tomar.
Los gremios y la clase trabajadora, quienes se convirtieron en asalariados pobres pero con un trabajo registrado, manifestando su malestar en cada acto y protesta que se presente.
Las organizaciones populares o no registradas que a esta altura representan casi la mitad de la economía informal. Pidiendo a los cuatro vientos un salario básico y universal que proteja sus intereses que a estas alturas son sobrevivir.
Y por último los empresarios, cansados de pagar cada vez más impuestos y tener más trabas para invertir, desarrollar o simplemente mantenerse competentes en la industria argentina.
Y esto no solo lo marca la multiplicidad de actos para conmemorar aquella gesta obrera que defendió al general Perón y pidió su liberación, también lo marca las claras diferencias de ideas dentro del propio espacio que lidera Alberto y que entorpece cada una de las propuestas en las distintas cámaras que impulsan las leyes argentinas.
Alberto se encuentra dentro del Coliseo Romano vociferando discursos que carecen de entidad y argumentos, en un estadio que se encuentra vacío y con su carruaje parado sin ningún tipo de destino que lleve a la Argentina a un futuro próspero y cuánto menos estable.