Por Malvina Ortega
Hace 3 semanas el Gobierno porteño prohibió el lenguaje inclusivo en las escuelas de CABA. Según Rodríguez Larreta está decisión se toma «porque se pone en juego el futuro de los chicos». Una medida que generó mucha polémica y cuestionamientos a nivel nacional. Una medida que nos lleva a rastrear por la historia del lenguaje español y poner en tela de juicio ese supuesto futuro de las infancias que tanto se quiere preservar.
Cuando Aristóteles dijo: la Lengua (no cómo un órgano físico sino cómo lenguaje) es lo que diferencia al hombre del resto de los seres vivos, no imaginó qué ese hombre hoy se encontraría sometido a toda una normativa autoritaria que le permita expresar aquello que quiere ser expresado. Todo lo que se quiere enunciar está sujeto al cambio que proponen los momentos históricos, y no hay norma que resista. Yo me preguntó :¿Acaso podemos poner en duda que la lengua es forma? ¿Puede una palabra perder la sustancia al modificarse?
En pleno Siglo de las Luces, 1713 para ser más certera, se funda la Real Academia Española, un organismo dedicado a la regulación lingüística del mundo hispanohablante. En el artículo 1 de su estatuto dice lo siguiente: » […] tiene cómo misión principal velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo ámbito hispánico». Evidentemente, ya no se trata solo de mantener la forma de la lengua, también se pretende «unir», casi cómo una forma de dominio. Por ese entonces, eran claras las intenciones de una España aún mantenía su imperio Colonial en América, pero no por mucho tiempo. Aunque quizás, para los criollos de ésa época era más importante cortar el lazo político y económico, más adelante vendrían aquellos que cuestionan la lengua.
Cuando se termina la etapa colonial, Argentina ya se conforma como estado, la lengua comienza a matizarse. El gaucho, el arrabal en la ciudad porteña, los pocos representantes de las comunidades aborígenes, los inmigrantes, todos se amalgamaron en las expresiones argentinas. La lengua de nuestro país estaba condenada a rebelarse. Cómo dice Roberto Arlt en su artículo «El idioma de los Argentinos»: «un pueblo impone su arte, su industria, su comercio, y su idioma por prepotencia». La jerga tomaba por asalto a la Real Academia Española, desafiando a los «señores de cuello palomita». Borges, también adhiere a la rebeldía sosteniendo que el idioma argentino es una «travesura sintáctica», en donde expresiones cómo «macana» sirven para «desentenderse de lo que no se entiende y de lo que no se quiere entender».
Aunque no lo parezca, ya pasó casi un siglo de esos cuestionamientos lingüísticos, algo superficiales. Hoy la forma del lenguaje, ya es campo de negociación, alianzas y enfrentamientos. Hoy hablar de lenguaje es político. No solo se trata de significados y de normas. Cuando se escarba, hay algo detrás de los enunciados que oculta identidades sesgadas genéricamente. Y la solución era fácil, usar un morfema no marcado: «e». Se trata un poco de cuestionar el género masculino para dejar de representar a otros géneros o identidades.
En la actualidad, por citar un ejemplo, puedo decir que entrar a un aula utilizando la expresión: Hola Chicos, se puso en duda. ¿Qué pasa si en ese aula, la mayoría de los cursantes son de género femenino? ¿Corresponde usar un sustantivo masculino para identificar a todos los géneros? ¿Es una solución reemplazar por la expresión: Hola chicas y chicos? ¿Acaso hay quiénes pueden sentir que están excluidos?
Ya pasaron más de 300 años de la fundación de la RAE, y esos tomos llenos de normativas aplicables al complejo lenguaje hispanohablante parecen actualizarse a paso de tortuga. La sociedad, mientras tanto, no sólo cuestiona las expresiones, busca soluciones para deconstruir el idioma y reconstruirlo a futuro. Y no hay dudas que el futuro es el presente no binario, que habla de personas y no de géneros. El debate ya está instalado. Los tiempos motivan el cambio. Entonces chiques, amigues, compañeres, cómo dijo el célebre personaje de Cervantes: ¡Ladran, Sancho! ¡Señal de que cabalgamos!