Por Sofía Estanga Burgos
Apodado como “El Chacal”, “El Ángel Negro” o “El Ángel de la Muerte” por su aspecto físico y la crudeza con la que ejecutó a sus victimas a tan corta edad, Robledo Puch es el asesino en serie más recordado de nuestro país y ya lleva mas del 70% de su vida entre rejas.
Un día como hoy pero de 1972, Carlos Eduardo Robledo Puch y Héctor Somoza ingresaban en una ferretería de Carupá y asesinaban al vigilante Manuel Acevedo para intentar abrir la caja de caudales con sus llaves. Manuel se convertía en la última víctima de Somoza al mismo tiempo que Robledo Puch veía en la figura de su cómplice al próximo caído. Puch le disparó dos veces y para dificultar la tarea de reconocimiento por parte de los investigadores policiales, tomó un soplete, el mismo con el que abriría después el cofre de caudales, para quemarle la cara y las huellas dactilares al cadáver de quien había sido hasta entonces no solo su cómplice, sino también su amigo. Ese mismo día la policía lograba la detención de un joven de 20 años que aniquilaba a sus víctimas por la espalda.
No era la primera vez que Puch perdía a su cómplice. El primero había sido Jorge Antonio Ibáñez, quien murió en un extraño accidente de auto, en el que iban ambos, el 5 de agosto de 1971. Las causas del mismo nunca se pudieron dilucidar y la muerte de Ibáñez fue catalogada como accidental, por lo tanto, Robledo Puch jamás fue juzgado ni condenado por ese hecho. La muerte de Jorge se convertía en la razón por la cual la actividad delictiva de “el Ángel” transitaba un receso- hasta noviembre de 1971- cuando retomó sus andanzas en compañía de Somoza.
Parte de su expediente se prendió fuego y por eso el juicio tardó más de 8 años desde su captura. Fue recién el 27 de noviembre de 1980, cuando se lo condenó a reclusión perpetua por tiempo indeterminado- la pena máxima en Argentina- por: diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, diecisiete robos, cómplice de una violación, y de una tentativa de violación, un abuso, dos raptos y dos hurtos. Osvaldo Raffo, un médico forense y criminólogo argentino que examinó a Robledo 27 veces, dictaminó oficialmente que era un psicópata perverso.
Robledo Puch confesó cada uno de sus asesinatos, pero lo hizo después de que -según denunció- lo encerraran en un cuarto oscuro y secreto de la comisaría 1ra.ª de Tigre y lo torturaran con picana eléctrica, desnudo y con los ojos abiertos, atado con los brazos en cruz a una escalera fría. En múltiples ocasiones, muchas de ellas a través de charlas con el periodista Rodolfo Palacios, expuso haber sufrido torturas, vejaciones y violencia dentro de la cárcel.
Carlos Eduardo Robledo Puch lleva 49 años en compañía de sí mismo. Desde la fecha de su condena hasta la actualidad la defensa pidió alrededor de 10 veces que lo liberen, pero la Cámara que lleva su caso rechazó todos los pedidos por considerar que no es posible su readaptación social. El 19 de enero de 2022, “el Ángel” cumplirá sus 70 años y aunque la ley 24.660 le otorga la posibilidad de cumplir la pena impuesta en detención domiciliaria, el juez de Ejecución Penal podría negarsela sobre la base de su peligrosidad.
Nadie sabe en qué momento Carlos dejó de ser el pibe que jugaba a las bolitas, a las
figuritas o a la payana con los chicos del barrio para convertirse en aquel adolescente de mirada desafiante que consideraba, como tantos otros, símbolos del éxito al dinero, los autos, el vértigo y la adrenalina de lo prohibido. Obtuvo todo lo que quiso y para eso tuvo que matar una y otra vez sin darse cuenta que el 15 de marzo de 1971, cuando ejecutaba al primer hombre de su lista, ya se había matado a sí mismo. “Conmigo hicieron el mito. En el futuro, cuando me muera, van a necesitar otra leyenda” dijo al Diario Popular en 1995.