Por Guillermo Fechenbach

En el fútbol argentino están prohibidas las Sociedades Anónimas Deportivas y los gerenciamientos en los clubes, que por sus estatutos son asociaciones civiles sin fines de lucro. A pesar de que estos modelos funcionan desde hace décadas en la mayoría de los clubes europeos y en países muy cercanos al nuestro, aquí ni siquiera se ha dado lugar al debate por cuestiones de moral –a veces moralina- o quizás de conveniencia de algunos directivos eternizados en sus lugares de poder.

La conquista por parte de Defensa y Justicia de la Copa Sudamericana vuelve a poner en el tapete una cuestión que, más temprano que tarde, los clubes argentinos deberán evaluar y darle lugar. Esto no quiere decir, ni por las tapas, que todos deban cambiar su figura o transformarse en sociedades anónimas o instituciones gerenciadas. Pero sí que aquellos que tengan la necesidad o la convicción puedan hacerlo sin prohibiciones ni impedimentos.

Los medios de comunicación, con mucha razón, destacan la labor del entrenador Hernán Crespo, quien logró un funcionamiento eficaz, audaz y por momentos vistoso con un plantel de futbolistas –en su mayoría- jóvenes, cedidos de instituciones más poderosas, o bien captados de otros clubes donde no disponían de lugar para desenvolverse.

Pero lo que pocos remarcan, quizás por la incomodidad del tema o por el poco apego a la persona que lo lleva adelante, es que Defensa y Justicia desde hace años se encuentra gerenciado –en la práctica ya que en los papeles nuestro fútbol no lo permite-por el intermediario Christian Bragarnik y su grupo empresario, que a su vez son dueños del Elche en la Primera División de España y administran con éxito a Unión La Calera en la Primera División de Chile.

Quien escribe estas líneas, para despejar cualquier duda, carece de cualquier relación con el empresario en cuestión. Sin embargo, no por ello deja de ser destacable el lugar al que ha conducido a un pequeño club del conurbano bonaerense, que hasta hace menos de diez años se debatía entre permanecer en la Primera B Nacional o caer en categorías inferiores.

¿Cuál fue la receta de Defensa y Justicia? Desde afuera parece sencilla aunque es poco aplicada en nuestro fútbol. Siempre se buscaron entrenadores de un target similar (Crespo, Holan, Beccacece, Soso, entre otros), se realiza un trabajo muy efectivo en el reclutamiento de juveniles de otras instituciones, se arman planteles de bajo costo pero con una correcta política de refuerzos. Y, en este último tiempo, ya se le ha dado lugar incluso a chicos provenientes de sus divisiones inferiores.

Desde ya que el galardón conseguido por el club de Varela no hace suponer que un gerenciamiento o la transformación a una SAD vendría a solucionar todos los problemas de los clubes argentinos. Es evidente que lo que fracasan o triunfan no son los modelos sino quiénes los ejecutan. Por ende, si las personas que están a cargo de los clubes no tienen la capacidad adecuada, poco importará el fin de lucro, la forma de organizarlo o las decisiones que se tomen.

“Los clubes son de los socios” es la frase que más se pronuncia a la hora de oponerse a las sociedades anónimas deportivas. Este latiguillo suena romántico pero es un error. En España –donde el 80 por ciento de los clubes se acogieron a esta figura- o en Chile, que tiene al cien por ciento de sus clubes organizados de éste modo, los asociados votan a una Comisión Directiva acorde a los ordenamientos de su estatuto, que funciona en coordinación a la empresa o grupo que invierte para llevar adelante el día a día del Club.

Si tomamos al país trasandino como ejemplo –pretender emular a Europa sería una quimera- nos encontramos con datos más que alentadores: todos los clubes se encuentran sin deudas, aquellos que no pagan sus salarios a término reciben sanciones y si reinciden directamente se los desafilia. Y los contratos, en parte también por el valor cambiario, claro está, son bastante más generosos que los que ofrece nuestro fútbol.

Todo lo dicho anteriormente no es una oda ni una súplica a la llegada de las SAD ni a los gerenciamientos en los clubes. Pero sí es un buen disparador para permitir el debate desde un lugar práctico y ya no tan filosófico. Es sencillo: los socios de cada club deberían poder elegir si desean apoyos externos o si prefieren mantenerse como están. De ser así, nadie los obligaría a cambiar su estatuto ni su modus operandi.

No obstante, está claro que el fútbol argentino pide a gritos cambios importantes en su organización, donde los únicos beneficiados parecen ser los dirigentes, mientras los clubes se desangran en deudas impagables, sin control alguno y en el marco de un circo romano donde, como decía Julio Humberto Grondona, todo pasa. Y seguirá pasando.