Por Guillermo Fechenbach
Según la Real Academia Española, la palabra proyecto se define como “la idea de una algo que se piensa hacer y para la cual se establece un modo determinado y un conjunto de medios necesarios”. El fútbol argentino sigue demostrando, torneo tras torneo, año tras año que, a nivel global como organización y particular en cada club –salvo algunas excepciones- nada se hace de forma organizada y con una idea clara, sino sujeto a voluntades, corazonadas o acuerdos que poco tienen que ver con objetivos a mediano o largo plazo.
El próximo fin de semana terminará, posiblemente, uno de los torneos menos atractivos que se recuerde. Y la excusa de la pandemia no es válida ya que ninguna liga importante del mundo cambió su formato. Las cuestiones sanitarias obligaron, en algunos casos, a comenzar más tarde, a reprogramar cotejos, o a apretar calendarios, pero bajo ningún punto de vista forzaron al armado de un mamarracho enorme como esta Copa Diego Maradona (que dicho sea de paso es un nombre que le queda gigante a un certamen de ésta calaña).
A saber: De antemano ya es insólito que no haya descensos y que, aún así, tampoco los torneos sumen para el bendito sistema de promedios. Por ende, hay equipos que navegan por el ostracismo y no compiten por nada casi desde el mismísimo comienzo. Por otra parte, la organización en zona de ganadores y de perdedores –denominadas como Campeonato y Reclasificación- trajeron aparejadas algunas injusticias mayúsculas.
Un ejemplo nítido es el de la clasificación a la Copa Sudamericana: Talleres de Córdoba, River, Argentinos, entre otros, que estuvieron a minutos de llegar a la final del certamen y pugnar por un boleto a la Libertadores 2022, quedaron fuera de la competencia, al tiempo que Vélez y Rosario Central o Defensa y Justicia (según quien resulte finalista), tendrán la chance de ingresar a la Copa Sudamericana aún habiendo sumado la mitad de los puntos que todos los anteriores, sin clasificar a la zona principal y viéndose premiados por haber hecho una primera mitad del torneo más que pobre. Cuanto menos, llamativo y poco claro.
Ahora bien, el descalabro y los errores groseros no son solamente de la Liga Profesional de Fútbol y la Asociación del Fútbol Argentino. También puertas adentro de los clubes ocurren situaciones que no por reiteradas dejan de llamar la atención. Los entrenadores, literalmente, duran menos que el contrato con un sponsor. Hay instituciones que ya han cambiado su cuerpo técnico 5 veces en 2 años. Una brutalidad absoluta que, además, lejos de resolver los problemas trae otros nuevos.
Y, además, si se analizan esas variantes, son pocos los que siguen una línea o tienen un proyecto claro. Se pasa de la noche a la mañana de entrenadores de la vieja escuela a otros modernos, de los que buscan presionar en campo rival a quienes apuestan por sistemas que nacen desde la defensa. En fin, todo más parecido a una ruleta de casino que a una idea sustentada en convicciones, averiguaciones y análisis concretos y detallados.
Pero claro, casi siempre el diagnóstico es mucho más sencillo que la cura, aunque hay algo que en el fútbol argentino se utiliza poco y a nivel internacional rinde enormemente: la figura de los directores deportivos y de los departamentos de scouting de futbolistas (visoría para figurarlo en castellano).
El director deportivo, en las ligas serias, se encarga –junto al mencionado Departamento- de la búsqueda de un cuerpo técnico acorde, del seguimiento de futbolistas que luego pueden transformarse en contrataciones, del análisis del rendimiento del plantel para luego renovar o no los contratos de los jugadores, del vínculo con las divisiones juveniles para los talentos que se vienen, entre otros aspectos.
Pero a no confundir: una cosa es un director deportivo preparado, con estudios y capacidad comprobada y otra distinta es apelar al ídolo de la institución que está sin trabajo y ocupe un lugar que cause simpatía en el hincha y, de paso, oficie de paraguas para la dirigencia. Está claro: mientras más eslabones hay en la cadena, más demora el enojo en llegar a la Comisión Directiva. ¿Desde esta columna se afirma que muchos directivos usan este rol para tapar su incompetencia aún a riesgo de “quemar” a un ídolo? No lo duden ni un instante.
Quien escribe estas líneas siempre acordó con la idea de que el fútbol debe estar conducido por quienes conozcan de la materia. Y la gran mayoría de los dirigentes de los clubes no lo hace (tampoco tienen la obligación). Por eso, la figura de un mánager o de director deportivo con poder real –no solamente para la foto- , y de un área de scouting que permita traer refuerzos que estén a la altura y no contratar al estilo outlet de feria, podría brindar más de una solución a los clubes que no la están pasando bien. Pero claro: habrá que ver si los dirigentes se animan a tener quién les discuta, a perder poder y a dejar de lado determinadas conductas no del todo correctas. Si no es así, nos veremos sometidos a más competencias de baja estofa como esta Copa que se termina y a un fútbol cuyo valor han logrado disminuir a niveles insospechables.