Por Julia Fernández

30 de diciembre de 2020. Es de madrugada. La vigilia de verdes y celestes presiona ante la puja de una decisión puesta sobre las manos de unos pocos. El calor de la tarde ya cesó, pero la marea humana mantiene cálido un ambiente que late la conquista de un derecho. El reloj marcó las 4.12 de la mañana para acompañar a un Senado que daría el paso histórico. Fue entonces cuando el tablero del recinto lo anunció: la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) obtuvo los votos suficientes para convertirse en ley.

La marea verde se fundió en un abrazo que dejó caer el peso de años de lucha y sacrificio. Agite, pañuelos flameando, bocinazos y gritos de desahogo. El miedo que poco a poco se fue apagando. El adiós más esperado. A lo largo y a lo ancho de todo el país, numerosos colectivos de mujeres festejaron los números alcanzados: 38 votos a favor, 29 en contra y 1 abstención. Una jornada histórica para una campaña que, desde el 2006, buscó romper con aquella clandestinidad que tantas vidas se llevó.

Fue en 2005 cuando nació la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, Seguro y Gratuito. Un año más tarde, se elaboró colectivamente el proyecto de interrupción del embarazo, aprobado catorce años después. En el medio, abortos clandestinos, profesionales montando un negocio aberrante detrás de dicha práctica, pibas pariendo el fruto de una violación y un estado y una justicia completamente ausentes.

En 2018, con 38 votos en contra, 31 votos a favor, 1 ausencia y 2 abstenciones, el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo fue rechazado por la Cámara de Senadores. Una vez más, taparon con las manos el grito de millones de mujeres. Pero, fiel a lo que pregona el colectivo, juraron no brindar la comodidad del silencio nunca más. La lucha siguió y el 2020 llegó.

¿Qué nos trae hasta acá? Podemos decir que cerca de cien años de criminalización y casi cincuenta de lucha. Un movimiento que creció sigiloso hasta tomar la fuerza de los últimos tiempos. Un feminismo latinoamericano que pateo barreras y fue por todo. Con interrupciones, pero siempre insistente. Cuando no había lugar para hablar de aborto, comenzaron a flotar las estadísticas: desde la recuperación democrática en diciembre de 1983 han muerto más 3000 mujeres como consecuencia de abortos inseguros.

¿Qué cambió de 2018 a hoy?

Ni más ni menos que una deconstrucción impulsada por un colectivo que jamás bajó los brazos. Un movimiento social que supo entender de política y entrometerse en cuestiones de Estado. Instruido, perseverante, influyente. El peso alcanzado por las masas se hizo presente sobre los hombros de algunos arrepentidos. ¿Cómo no escuchar a las mayorías?

“No cambié mi manera de pensar sobre el aborto. Cambié el enfoque. No es feminismo o religión. El aborto clandestino es una figura silenciosa que escribe páginas muy tristes”, proclamó la senadora Lucila Crexell, dejando a un lado la indecisión, la duda, lo impuesto, e incluso, todo tipo de postura o argumento salpicado por sus propias convicciones. La senadora Stella Maris Olalla y el representante de Río Negro Alberto Weretilneck, también expresaron su cambio de postura, poniendo por delante de cualquier matiz religioso y/o moral una emergencia de salud pública.

Modelo de una deconstrucción necesaria, la rionegrina del Frente de Todos Silvina García Larraburu se manifestó a favor: “Hace dos años me encontraba sosteniendo una posición diferente a la de hoy. Aprendí mucho en estos dos años. Como dirigente política tengo la obligación de cuestionarme, de comprender e involucrarme con las demandas de las nuevas generaciones porque, en definitiva, estamos votando para su futuro”. En 2018, a último momento, había votado a contramano de su bloque: en contra del derecho.

Persevera y triunfarás

“Resulta aprobado”, dijo entre aclamos la presidenta del cuerpo, Cristina Fernández de Kirchner. Fue entonces cuando la fuerza feminista, que traccionó a sangre durante años, logró ganar la voluntad de un derecho que emerge de la urgencia y la necesidad pública. Un derecho que ante su ausencia nos dejó sin miles de pibas. Un derecho pujante, trascendente, feminista, político. Un derecho que percibe un cambio de tiempo, despojado de falsas moralinas y religiones. Un derecho que avanza hacia un cambio radical de paradigma.

América Latina observa lo que hoy pasa en Argentina, un país que por estas horas es símbolo de grandes transformaciones sociales. Un país que dejó a un costado las cadenas que refugian un claustro entre Estado y religión. Un país que escuchó ese grito de garganta de mujer, volviéndose, al menos por una noche, un territorio laico.

Ahora la tarea recae en no perder de vista la lucha. Deberá garantizarse la correcta implementación de la ley, seguir de cerca el Proyecto de los 1000 días, acompañar, articular y estar presente. Esto recién empieza. La ola verde seguirá proclamándose deseosa de adjudicarse los derechos que le corresponden. Y hoy, miércoles 30 de diciembre de 2020, quedó demostrado que su fuerza es arrasadora.